Lima y otras ciudades del Perú viven el café como no lo ha hecho nunca en su historia. El café es la nueva tendencia y muestra sus señas de identidad en las calles de la capital. Los negocios especializados —tostado, venta y servicio de café— se multiplican en distritos como Barranco, Miraflores y San Isidro, arrastrados por el entusiasmo de un grupo de jóvenes y aguerridos profesionales. Son baristas de nuevo cuño, volcados en obtener las mejores prestaciones de cada variedad y cada tostado a través de preparaciones que trascienden al manido café exprés. El fenómeno crece y las producciones de calidad se asoman ya a un buen número de restaurantes. No a todos. Algunos de los restaurantes más nombrados de la movida gastronómica peruana viven el contrasentido de pregonar su peruanidad mientras siguen comprometidos con las grandes marcas de café colombianas e italianas; les pagan la cafetera. La contradicción también anida en las cocinas emergentes.
El éxito en la calle viene del progreso en el campo y del empuje de los últimos Gobiernos peruanos. El café y el cacao han sido los grandes instrumentos en el freno a los cultivos de coca y las consecuencias no se han dejado notar. El país ocupa ya un lugar destacado entre los mayores productores mundiales de cafés orgánicos.
David Torres es uno de los protagonistas del movimiento de baristas y tostadores artesanos que ha puesto en el mapa las pequeñas producciones de calidad que destila, gota a gota, el mercado local. Por el momento no son tantas, pero crecen cada día. Propietario de Bisetti y Arábiga, los dos cafés limeños que ayudaron desde Miraflores y Barranco a elevar el café a la categoría de moda, David lo contempla desde una perspectiva integral. No se trata sólo de hacer y vender café, sino de hacer un recorrido completo que pasa por el tostado y antes de eso por el trabajo con el productor.
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